Cuando al sentarnos en las mesas
cotidianas, encuentro el sabor
de la cavernosa caña
atracando mis ideas.
Nos murmuramos
nuestras ideologías a la cara.
Pero de qué sirve el primer plato
filosófico que nos servimos,
si a la mañana
del día siguiente,
seguimos caminando difuntos.
Tenemos el corazón,
un catalogo lleno de remordimientos,
una víspera vespertina
de letras muertas que rezongar,
con alientos etílicos…solo
para tener una conciencia momentánea.
Al día, le damos en la cara a la pobreza real
le despedimos con un grito
a lo que defendemos ardientemente.
De qué sirve
que el corazón
haya latido emociones nobles,
cuando las manos dan golpes
al caído hermano…
De nada
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